LA TEORÍA DE LA INFECCIÓN CONTRA EL NUEVO CONCEPTO DE MICROBIOMA
La teoría de la infección también
denominada teoría microbiana de la enfermedad, nació en el último
tercio del siglo XIX y fue como consecuencia de la aplicación de los primeros
microscopios en medicina; con ellos se hicieron visibles unas formas de vida
diminutas y hasta entonces invisibles: los microbios.
Ese hallazgo dividió a la clase médica en dos grandes grupos: El
primero de ellos lo formaron la mayoría de médicos de
la época que pensaron que el microscopio no los había creado sino tan solo
hecho visibles y que, por tanto, si los microbios estaban ahí, en nuestra piel,
nuestra boca y nuestro intestino…sería por algo. Puesto que hasta la fecha
habían pasado desapercibidos… quizá cumplían alguna misión que desconocíamos.
En todo caso sería prudente esperar y observar. Este primer grupo de médicos
dio muestras, con su actitud, de poseer virtudes propias del rigor científico:
prudencia para afirmar novedades y paciente observación hasta recabar
suficiente información para saber lo que realmente es aquello que se quiere
conocer.
El segundo grupo de
médicos fue capitaneado por un industrial que no era médico, el conocido Louis
Pasteur, y desde el primer avistamiento de los microbios afirmaron que
producían enfermedades y que esos nuevos invitados eran peligrosos y que había
que defenderse de ellos con productos industriales: antisépticos, sueros y
vacunas.
Era la primera vez que los veían con sus rudimentarios microscopios de apenas
20 ó 40 aumentos; no tenían experiencia previa, puesto que acababan de entrar
en la escena científica y apenas habían avistado a unas pocas especies… sin
embargo estas carencias de conocimiento no les impidió afirmar categóricamente
que esos gérmenes recién vistos eran unos asesinos implacables. Este segundo
grupo de médicos, desde luego, no dio muestras de prudencia científica, más
bien, parecían tener apuro.
Era el tiempo de la revolución industrial y, curiosamente, a la incipiente
industria química y farmacéutica le pareció muy interesante la visión sobre
los microbios que tenía este segundo grupo de médicos
encabezados por el industrial francés Pasteur, puesto que si había
que fabricar productos para defendernos de esos nuevos invitados significaba
que el mercado era enorme. Esta gran simpatía entre la nueva teoría de
la infección y el mundo industrial fue capital para que se instalara
como teoría dominante y que su dominio se haya mantenido hasta el día de hoy.
Así, en estos momentos, la inmensa mayoría, por no decir la casi totalidad de
las personas, se trate de gente de a pie con una cultura media o de gente con
títulos, carreras, másteres, especialidades y curriculums de altura, creen a
pie juntillas que esa teoría es correcta. Es más, creen y confían en que en su
día, sus defensores demostraron que era correcta como afirma cualquier
enciclopedia, manual especializado o libro de texto escolar. Sin embargo, el
lector debe saber que no es así en absoluto.
LOS
PLAGIOS, FRAUDES
Y
MENTIRAS DE PASTEUR
El
mencionado industrial francés al que debemos la pasteurización plagió a
su maestro Antoine Bechamp y a otros científicos alterando sus
descubrimientos y tergiversándolos, se aprovechó del trabajo
de sus colaboradores atribuyéndose el mérito de sus descubrimientos lo que,
dicho sea de paso, le valió una pensión vitalicia del gobierno, y finalmente
-como demuestran sus notas de laboratorio que quiso mantener ocultas- alteró resultados
de sus experimentos para que encajaran con las ideas que quería defender: la
culpabilidad de los microbios, idea que tampoco era suya, ya que cien años
antes, en 1762, el Dr. M. A. Plenciz ya había publicado un
libro titulado precisamente Teoría Microbiana de las Enfermedades
Infecciosas.
Habitualmente se alude a los famosos Postulados de Koch para
afirmar que son la demostración de que la teoría de la infección es correcta.
Pero los postulados no son propiamente una demostración, sino unos criterios
que deberían servir para demostrar la culpabilidad de los microbios. De hecho
sabemos que Koch cambió el primero y fundamental de los
postulados que decía: "El microorganismo tiene que ser encontrado
en abundancia en todos los organismos que sufren la enfermedad, pero no en
organismos sanos". Las palabras finales fueron suprimidas ante la
evidencia de que la inmensa mayoría de las personas sanas, como ya hemos
explicado, tienen a las bacterias supuestamente responsables en su interior.
Como ejemplo de que la teoría de la infección no se impuso tras un debate
científico que estableciera su validez sino, como hemos apuntado, por intereses
de la industria, citaremos dos declaraciones de principios del siglo XX
suficientemente elocuentes: en el volumen 180 del 20 de marzo de 1909, la
prestigiosa revista The Lancet, decía: "todos estos
postulados raramente se cumplen, por no decir nunca... muchos organismos a los
que se considera causantes de enfermedades se encuentran con frecuencia en
personas sanas... por tanto no podemos confiar en los postulados de
Koch como una prueba decisiva de causalidad".
Por su parte, el Dr. M. L. Leverson, durante una conferencia en
Londres el 25 de mayo de 1911, dijo estas palabras: "Toda la
estructura de la teoría microbiana de la enfermedad descansa sobre asunciones
las cuales, no solo no han sido probadas, sino que son imposibles de
probar y muchas de ellas pueden ser contempladas como el reverso de la
verdad".
UNA
GUERRA CON “FUEGO AMIGO”.
Entretanto, el primer grupo de médicos que hemos mencionado, el de los
prudentes que no tenían apuro, comprobó unos años después y con microscopios de
400 y 600 aumentos que esos gérmenes que estaban siendo acusados de asesinos,
en realidad, eran nuestros socios y vivían con y dentro de nosotros desde
siempre. A partir de los años 70 se introdujeron en biología unos conceptos que
no se conocían en la primera mitad del siglo XX; estos nuevos conceptos
fueron el de: ecosistema o hábitat natural y el de simbiosis
de especies y el lector debe saber que, para muchos médicos y
microbiólogos, los microbios que fueron identificados como causantes de
enfermedades como la difteria, la meningitis, el cólera, la tuberculosis…
son gérmenes que poseemos todos los humanos en estado de salud y que, en
realidad, nuestros gérmenes no son nuestros enemigos sino que son nuestros
socios biológicos y conforman lo que se llama el microbioma humano.
Nuestro cuerpo es su ecosistema y cumplen una serie de
funciones digestivas, metabólicas, defensivas insustituibles, por lo que son
nuestros apreciados simbiontes.
Volveremos enseguida a estos descubrimientos, pero antes queremos explicar
cuáles han sido las consecuencias que ha tenido para la población de occidente
el dominio académico y mediático de la obsoleta y decimonónica teoría
de la infección sobre la realidad del microbioma comprobada
con mucho más tiempo y mejores medios.
Hemos dicho que el primer grupo de médicos era mayoritario a finales del siglo
XIX y principios del XX y eso protegió a la población de ser
medicados con las primeras vacunas y productos antisépticos que eran tan
tóxicos y peligrosos que todos, sin excepción fueron abandonados unos años
después. Pero, después de la segunda guerra mundial, el predominio indiscutible
de la teoría de la infección era total y, desde entonces (años 50 y 60) se
procedió a la vacunación masiva de toda la población y al consumo también
masivo de antibióticos.
Las vacunas prometían tener la capacidad de mejorar nuestro sistema
inmunitario y hacerlo más eficiente frente al ataque de los gérmenes;
y los antibióticos habían demostrado que mataban a los
gérmenes porque les impedían la síntesis de proteínas necesarias en su
metabolismo de membrana. En los años 90 se supo que tenían esa acción letal
sobre los gérmenes porque afectaba el ADN de éstos y distorsionaban su mensaje
genético.
Hay que decir que los antibióticos serían una medicación antibacteriana ideal, para
los que creen que nuestros gérmenes son agresivos, si en realidad ejercieran su
acción tóxica sólo y exclusivamente sobre el grupo de bacterias que se cree que
son la causa de la enfermedad y sobre la zona o el órgano del cuerpo que se
cree infectado; por ejemplo si ante un diente infectado o una herida en un
determinado sitio… el antibiótico sólo actuara sobre esas bacterias y esa zona
aislada del organismo… pero eso no es así ni remotamente. Resulta que la acción
tóxica del antibiótico no es selectiva en absoluto y ataca
igualmente el ADN nuclear y al ARN mitocondrial de las bacterias y de todas las
células de nuestro organismo, provocando los mismos estragos. No es posible,
hasta la fecha, separar el ataque sobre las bacterias del ataque sobre nuestras
células.
LOS
EFECTOS COLATERALES
DEL
BOMBARDEO INDISCRIMINADO.
Como la
visión paranoica de la infección ha sido
dominante y excluyente desde los años 60 del siglo pasado, como consecuencia,
toda la población ha sido sometida a múltiples vacunaciones con la intención o,
podríamos decir, la promesa prematura de que con esa práctica se iba a mejorar
el sistema inmunitario de las nuevas generaciones que, por
ello, se iban a convertir en los primeros humanos cobayos que
se iban a someter a una nueva experiencia que no conocían sus antepasados.
Pasaron unos pocos años y a finales de los años 70 empezaron a aparecer unas
enfermedades nuevas y desconocidas: Enfermedad de Crohn, esclerosis
múltiple, colitis ulcerosa, intolerancias alimentarias, dermatitis, alergias
variadas… que se hicieron cada vez más frecuentes y afectaban
exclusivamente a la joven generación de cobayas humanas que se habían sometido al
experimento de mejorar su sistema inmunitario mediante las vacunas.
Pero lo que más sorprendió a los patólogos de los años 70 fue descubrir que
esas nuevas enfermedades estaban siendo producidas por el
propio sistema inmunitario de esos individuos a los que se
había vacunado múltiples veces con la intención de mejorar ese mismo sistema
inmunitario. Lo tuvieron tan claro que las llamaron enfermedades autoinmunes porque
vieron claramente que el sistema inmunitario de estos enfermos, de repente, se
había vuelto traidor y en vez de defender al organismo como había hecho
siempre, por alguna razón, identificaba a los propios órganos y sistemas como
alienígenas y los atacaba con todo su potencial.
Esas enfermedades empezaron a aparecer en la década de los 70 y han ido
aumentando en frecuencia de una manera exponencial, hasta tal punto que las
enfermedades autoinmunes afectan casi a la mitad de la
población en la primera década del tercer milenio.
El
sistema sanitario y docente oficial niega, rotundamente, cualquier relación
entre el hecho de haber manipulado masivamente el sistema
inmunitario por primera vez en la historia… y la aparición, por
primera vez en la historia, de una enorme cantidad y variedad de
enfermedades autoinmunes… pero… ¿qué opina el lector?
Las nuevas generaciones de ciudadanos cobayo no solo padecen de enfermedades
autoinmunes, sino que se ha detectado también una situación totalmente novedosa
a la vez que demoledora que nosotros achacamos a la acción de los antibióticos. Sabemos
que estas sustancias matan bacterias y paralizan su reproducción porque afectan
a su ADN y sabemos que no hay forma de impedir que afecten también al ADN de
nuestras propias células; como consecuencia de este ataque continuado al ADN de
las nuevas generaciones se han producido dos fenómenos graves: la
infertilidad de los jóvenes cobayos; según los informes del Banco
Mundial, la fertilidad ha disminuido en el mundo un 50% en los últimos
cincuenta años; y la aparición masiva de las denominadas enfermedades
raras que son un grupo de nuevas enfermedades que se caracterizan por
su atrocidad, puesto que como son consecuencia de alteraciones del ADN y ARN,
los niños descendientes de padres cuyos genes están distorsionados nacen con
malformaciones en órganos y sistemas. En la actualidad hay controlados 27
millones de casos en Europa, otro tanto en Estados Unidos y 42 millones en
Iberoamérica, es decir unos cien millones de personas entre
Europa y América; nunca hubo una epidemia de tal magnitud ni ferocidad.
LOS
ÚLTIMOS DESCUBRIMIENTOS DE LA BIOLOGÍA
DAN
LA RAZÓN A LOS MÉDICOS TRADICIONALES
Hemos dicho que las primeras vacunas despertaron la
desconfianza de los médicos tradicionales y naturales que entendían que los
problemas de salud respondían a condiciones de vida individuales y no a
supuestas invasiones que provocaran enfermedades en serie para ser combatidas
con productos también fabricados en serie. Pues bien, como ya hemos apuntado,
las más recientes investigaciones en biología están dando la razón a esos
médicos que trataban enfermos y no enfermedades y poniendo en evidencia la
guerra autodestructiva contra los microbios.
De hecho, uno de los descubrimientos claves se produjo a mediados del siglo XX
y poco a poco va ganándose el respeto de más y más profesionales y académicos:
nuestras células son el resultado de la fusión de diferentes microorganismos
que continúan viviendo en simbiosis, de modo que nuestro ADN
integra la información genética de bacterias y virus, y en nuestras células
continúan viviendo antiguas bacterias que posibilitaron la obtención de energía
a partir del oxígeno: las mitocondrias celulares, que tienen
su propio ADN y que son tan sensibles a los antibióticos como cualquier otra
bacteria de nuestro microbioma.
La primera descripción del microbioma -que incluye bacterias, arqueas,
levaduras, eucariotas unicelulares, helmintos, hongos y virus- ya le valió un
Premio Nobel al microbiólogo Joshua Lederberg en 1958. Ahora, sesenta años
después, sabemos que la madre trasmite poblaciones de microbios al feto durante
su estancia en el útero -se han encontrado bacterias en la placenta, en el
cordón umbilical, en el líquido amniótico, en membranas fetales y en el
meconio- sumándose posteriormente otras durante el parto vaginal y, una vez
nacido el bebé, mediante el contacto piel con piel y a través del calostro y la
leche materna que contienen 700 especies bacterianas, cuya función es aún
desconocida pero que muy probablemente tendrán relación con los mecanismos de
equilibrio y convivencia que caracterizan la simbiosis.
¿TENEMOS UN EJÉRCITO DEFENSIVO O
UN SISTEMA REGULADOR DE LA SIMBIOSIS?
La teoría de la infección planteaba una visión belicista de
salud, como si las enfermedades fueran invasiones que llegan del exterior y
nada tienen que ver con nuestros hábitos de vida o nuestra alimentación o el
estado de pureza del aire que respiramos, sino con ejércitos invasores. Esa
visión trasnochada y un poco paranóica se complementaba con otro elemento
imprescindible en cualquier enfrentamiento bélico: un ejército defensivo
encargado de luchar contra los microbios y que podría entrenarse para ello mediante
la administración de vacunas, que serían una imitación debilitada del enemigo
para conocerlo y aprender a neutralizarlo.
La pregunta que nos hacemos ahora es si es real ese ejército, si realmente hay
que interpretar el llamado "sistema inmunitario" de ese modo y si es
cierto que su función principal sea luchar contra los microbios. Así es como se
interpreta desde una lógica belicista, pero si se aplica la lógica de la
cooperación en lugar de la lógica del enfrentamiento, entonces no puede por
menos que sonar contradictorio que la naturaleza nos haya
dotado de una multitud de pequeños colaboradores que cumplen funciones a veces
tan cruciales como regular el crecimiento del feto, y al mismo tiempo pusiera
ahí, a su lado, un ejército para exterminarlos.
Hagamos un esfuerzo para mirar sin prejuicios. Según los cálculos más
recientes, nuestro organismo tiene por término medio unos 37 billones de
células, un uno por ciento de las cuales muere cada día y debe ser repuesto. Partes
de estas células son aprovechables, es decir, reciclables, pero el resto, al
igual que los productos de desecho del metabolismo es literalmente basura que
hay que eliminar: el reciclaje y la eliminación de la basura son tareas
fundamentales para la salud medioambiental en un pueblo y en un organismo, que
es un ecosistema a pequeña escala.
¿Quién hace esa tarea? ¿Quiénes son los basureros del cuerpo? Una vez más, las
recientes investigaciones van dando la razón a las medicinas tradicionales y
naturales. Tanto la tarea fundamental de limpieza como otras relacionadas con
la producción de energía o la regulación de la convivencia las lleva a cabo un
sistema desarrollado como fruto de la interacción con el entorno durante miles
de millones de años que se denominó "sistema inmunitario" desde el
paradigma belicista pero que con los conocimientos actuales podríamos denominar
a partir de sus funciones "sistema de reciclaje y limpieza", o mejor
aún "sistema de regulación de la simbiosis" ya que la finalidad
última de todas las tareas que cumple es la buena convivencia.
En los límites de un artículo no podemos explicar en detalle la compleja
estructura de este sistema y las funciones que realiza en colaboración con
numerosos órganos y tejidos. La idea clave que queremos trasladar es que no se
trata de un ejército que luche contra los microbios que nos invaden, sino que
cumple diversas tareas para mantener el equilibrio interno y
la simbiosis con nuestros microbios.
Aún no conocemos con precisión cuando comienza y cuánto dura el desarrollo de
ese sistema y de sus conexiones con el resto del organismo así como de las
interacciones con bacterias y otros microorganismos del microbioma. La
neurología, la psicología, la neonatología, la endocrinología, la bioquímica y
otras disciplinas van añadiendo poco a poco elementos a un proceso estimado en
torno a los dos años, lo que supone que una gran parte de las vacunas se
administran en el momento en que se está desarrollando ese delicado y complejo
proceso de maduración, lo que con toda probabilidad debe jugar un papel en las
llamadas "reacciones adversas" pero también en todos los nuevos
problemas de salud y enfermedades que ya hemos mencionado.
En definitiva, nuestras investigaciones nos llevan a concluir que las
vacunas no tienen sentido biológico, es decir, no se corresponden con la
lógica de los procesos vitales, y no tienen base teórica demostrada. Como
consecuencia de todo ello, dudamos profundamente que hayan podido erradicar
enfermedades o proteger contra ellas; más bien creemos que sucede lo
contrario: son peligrosas para la salud y la vida, y responsables
con toda probabilidad de una multitud de nuevas enfermedades graves, crónicas y
degenerativas.
Los argumentos que hemos expuesto en este artículo nos parece que refuerzan la
legitimidad de la lucha que en estos momentos está llevando a cabo la
ciudadanía en Italia y que muy probablemente se extenderá a otros países ya
que, a la vista de los daños que han causado ya las vacunas y del enorme
peligro que suponen de cara al futuro, es más importante que nunca buscar
información crítica, difundirla al máximo y oponerse firmemente a las leyes y
decretos que pretenden impedir nuestro derecho a decidir.
El Dr. Enric Costa (Gandía, 1955) es
licenciado en medicina y cirugía y ejerce desde hace 38 años como médico de
familia desde un perspectiva holística. En 2016 escribimos y publicamos
conjuntamente el libro Vacunas:
una reflexión crítica, publicado por iEdiciones en castellano y por
Llibres de l'Index en catalán.
Más información: Presentaciones
y reseñas del libro Vacunas: una reflexión crítica
Artículo publicado inicialmente en el número
62 de la revista Scienza e Conoscenza, en septiembre de 2017.
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